Pienso que existe un espacio vacío entre el ideal y aquello que se despliega ante nuestros ojos. Una especie de ser dual que se divide en diversos espacios y tiempos, entre la ausencia y la presencia, en la percepción paradójica de un ser que existe en algún espacio en que no coincide ni la hora presente ni el lugar ocupado. Puede que existan muchas teorías que intenten explicar el tránsito humanos hacia otras realidades, en este caso, basado en una especie de doble personalidad que se desdobla entre lo que vive cotidianamente y lo que espera realizar, aun cuando dichas experiencias se conciban como espacios distintos que responden a un solo ser, pero vividos diariamente.
Existe, entonces, un ser que siendo único es capaz de ser dos entidades a la vez. Podríamos pensar en un ideal basado en las experiencias que construyen su propia existencia y a la vez en un ser real que se desarrolla cotidianamente como una forma existencial de lo que realmente es y que van más allá del simple simbolismo, constituyéndose como un espacio real entre un recuerdo alterado profundamente por lo sus contextos actuales. En palabras simples, vivimos pensando en experiencias pasadas que se vuelven reales, pero que por algún motivo decidimos obviarlas para continuar con nuestro status quo y continúa viviendo en forma paralela a nuestra existencia cotidiana.
Suena complejo y tal vez jamás se puede llegar a comprender las grandezas –y pequeñeces– de los seres humanos, son en sí un problema basado en visiones y percepciones que se construyen en torno a la vida y aunque podríamos citar al mismo Platón o a Heidegger, pero continúa existiendo un vacío procedimental que va desde lo que desea ser y lo que realmente es, a lo que se agrega un punto intermedio llamado realidad.
De todas formas, la vida plantea un desafío permanente entre vivirla intensamente e intentar ser feliz por un lado o explicarla y hallarle “algo” que nos haga sentido, por otro lado. En ambos casos constituye una decisión que va más allá de nuestros sentidos y con lo cual –generalmente– no es tomada de forma consciente, pero en el segundo caso constituye una respuesta intensa que nos obliga a hacernos cargo de "aquello" que está fuera de nosotros.
Al decidir una u otra opción implica un riesgo del cual debemos hacernos cargo, aunque sin duda, simplemente vivir no involucra mayores cuestionamientos más que poder encontrar una conformidad “personal”, mientras que al buscarle una explicación a la vida se asume implícitamente un deseo de cambiar la sociedad desde nuestra experiencia. De ninguna forma, una opción es mejor que la otra, simplemente son alternativas distintas, basadas justamente en lo que hemos vivido, nuestras añoranzas y por supuesto de nuestros sueños o esperanza.
Al decidir una u otra opción implica un riesgo del cual debemos hacernos cargo, aunque sin duda, simplemente vivir no involucra mayores cuestionamientos más que poder encontrar una conformidad “personal”, mientras que al buscarle una explicación a la vida se asume implícitamente un deseo de cambiar la sociedad desde nuestra experiencia. De ninguna forma, una opción es mejor que la otra, simplemente son alternativas distintas, basadas justamente en lo que hemos vivido, nuestras añoranzas y por supuesto de nuestros sueños o esperanza.
La conclusión a todo esto es que no existe una consumación de la vida sin que se haya cumplido a cabalidad cualquiera de las opciones que hayamos elegido. Tal vez elijamos cualquiera de los caminos que se nos presentan –el poder vivirla o explicarla– y representan una apuesta permanente por “hacernos cargo” o simplemente culpar a algo de una mala suerte que, aunque sabemos que no existe, es lo más fácil para permitir, a muchos, continuar sin culpa ni remordimientos: “ligeros de equipaje”.
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